70 películas, series, libros, stand-ups y videojuegos que amé en 2019

Por Juan Carlos Rincón Escalante

Este año llevé un registro de todo lo que vi, leí y jugué (esto último fue muy poco, para mi pesar). Aquí les dejo una lista con las mejores 70 cosas que descubrí en el 2019, sin ningún orden particular. Van a ver que los formatos (series, libros, stand-ups, películas y videojuegos) están un poco mezclados. Ojalá encuentren una recomendación que les guste y empiecen el 2020 inspirados.

The Marvelous Ms. Maisel

Amo, amo, amo esta serie. La premisa es sencilla: una mujer en los años 50 decide ser comediante. La fotografía es bellísima, así como los escenarios. Los diálogos son astutos y contundentes. Los chistes son, además, muy graciosos. La tercera temporada cojea un poco al principio, pero los últimos tres capítulos recuperan el ritmo. Es una serie muy, muy inteligente. Recomendada.

Russian Doll

Puse Russian Doll sin esperar mucho. Me la terminé en día y medio. Es una serie que juega con mucha inteligencia con un concepto que se ha hecho en varias ocasiones: la protagonista está atrapada en el mismo día y experimenta una y otra vez su muerte. Lo interesante es que recuerda cada una de sus muertes, lo que le va dando a esta comedia un tono cada vez más sombrío. Es una exploración de la depresión en el mundo moderno. Termina muy bien. No sé cómo pretenden hacer más temporadas, pero la que hay en Netflix es excelente.

Watchmen

No esperaba nada de Watchmen y me encontré con una de las mejores series de televisión que he visto en la vida. Es irrespetuosa de la novela gráfica original y, al hacerlo, siento que encarna el espíritu que hizo tan importante el trabajo de Alan Moore. La serie de HBO es una inteligente deconstrucción del género de superhéroes, las fantasías que escondemos al ir en masa a ver Los Vengadores, y las tensiones raciales siguen latentes en Estados Unidos y el mundo entero. Además, es muy entretenida.

Gilmore Girls

Ya sé que llegué una década y pico tarde a esta serie, pero después de ver The Marvelous Ms. Maisel quería ver de dónde venía Amy Sherman-Palladino. Esta serie es un encanto. No la he terminado, pero las temporadas que llevo están llenas de diálogos fascinantes y entretenidos. Se siente como un relato de una época que ya fue sepultada. Es simplemente divertida. Se las recomiendo para tener algo ligero en los días más pesados.

Succession

Mientras Game of Thrones decidió enterrar todo su legado con una abominable temporada final, Succession tomó la palabra. Detesto a todos y cada uno de los personajes de esta serie y aún así no puedo dejar de verla. Traición del más fino calibre.

Dear White People

Las primeras dos temporadas de esta serie tienen los guiones más inteligentes que he visto en mi vida. Toma el tema de la raza, la modernidad, la juventud y el elitismo y los utiliza para contar historias profundas, entretenidas y complejas. Cada argumento tiene su contra-argumento. Cada personaje tiene una historia bien desarrollada. Aunque la tercera temporada cojea, ya Dear White People hizo historia con lo que ha logrado. Es especialmente útil para los que somos ignorantes en el tema de la diversidad racial.

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Tristeza

Por Juan Carlos Rincón Escalante

A veces siento que me voy a desmayar de la tristeza.

La desazón me aprieta el pecho y me cuesta respirar. Las piernas me tiemblan, se me dificulta caminar, experimento una debilidad generalizada en todo el cuerpo. La mente me pesa (¿o es la cabeza?) y no puedo concentrarme en el presente, o lo que intento entender como que es el presente. Mis pensamientos se disparan de aquí para allá sin rumbo fijo, sin elocuencia, sin que pueda decir que es que estoy reflexionando sobre algo importante o útil. Mi vida se convierte en una serie de imágenes inconexas: Juan se despierta; Juan trabaja; Juan está en trancón; Juan está corriendo; Juan está bañándose; Juan está intentando dormir; Juan no se está pudiendo dormir. Pero, en ausencia de una mejor analogía, no estoy en ninguno de esos momentos. Tampoco logro enlazarlos, construirles una narrativa.

Pierdo tanta energía mental en interrumpir el odio que me tengo dentro de mis pensamientos… A veces sólo dejo que los insultos que me digo anden a su antojo por los recovecos de mi mente; que me abrumen con su autoritarismo. Sucumbo con resignación a la propaganda de la parte de mi ser que me detesta sin razón (aunque siempre con muchas razones). Mi piel, mi cuerpo, mi estupidez, mi timidez, mi andar, mi falta de disciplina, mi exceso de disciplina, cualquier cosa se convierte en la herramienta para destruirme, martillarme. Al final, en todo caso, termino con un cansancio que no se va jamás.

Lo frustrante es que he hecho todo lo que se recomienda. A pesar de lo difícil que es levantarme cada mañana, he podido tener un buen trabajo. Hago ejercicio. Como bien. Me visto bien. Me he arrastrado a mí mismo a terapeutas y he soportado sus estupideces y prejuicios y precios ofensivamente altos. Me tomo mis pastillas. Mantengo contacto con gente que me quiere. Les doy razones para quererme. Les regalo mi corazón cada vez que los escucho. Grito cuando siento que la tristeza se me sale de control. Pido ayuda. Leo sobre la depresión y la ansiedad y los trastornos mentales. He leído tantas veces el primer capítulo de El demonio de la depresión (de Andrew Solomon) que podría recitarlo. Hasta he escrito un potencial librillo ilustrado con una serie de consejos para que la tristeza no te ahorque.

Pero siempre me encuentro en este punto de nuevo, en el desespero desolador de no poder hablar nada productivo con nadie. Veo la frustración de quienes me quieren: sus rostros se homogeneizan cuando todos llegan a la conclusión de que no saben qué hacer conmigo (o, mejor, qué hacer por mí).

Entonces hago lo que he hecho desde la primera vez que descubrí la experiencia mística que es ver cómo los dedos oprimen un teclado y producen letras. Vuelvo a escribir. A dejar que las palabras carguen conmigo un poco el peso; a publicar para que otras personas que se sienten como yo vean que no están solas, aunque no es mucho el consuelo que da saberlo.

Sin embargo, esa también es una avenida peligrosa. Escribir sobre la tristeza es un hoyo negro que me absorbe toda la creatividad. No dejo de pensar en describir lo que siento, en repetirme una y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra vez. Ya conozco las aristas del problema: hay mil maneras de pedir auxilio gritando, de decir que el abismo tiene cantos de sirena que son muy persuasivos. Aunque me han dicho que los escritores suelen siempre volver sobre lo mismo (pienso en David Foster Wallace… siempre en David Foster Wallace), yo no quiero retornar voluntariamente a mi depresión.

Quisiera que mi mente dejara de intentar matarme.

Además, no importa las veces que vuelva porque siempre me estrello con el mismo muro. Se acaban las palabras y el horror persiste.


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La fotografía del artículo es de Jesse Bowser en Unsplash.

La vergonzosa lógica de Gustavo Petro

Por Juan Carlos Rincón Escalante

Gustavo Petro cometió un error y está utilizando todas las maromas retóricas que puede para no tener que reconocerlo. En el proceso, ha recurrido a una lógica vergonzosa que demuestra su desinterés por responder al fondo de las críticas que se le han hecho. Me explico.

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La manipulación de Salud Hernández-Mora

Por Juan Carlos Rincón Escalante

Salud Hernández-Mora publicó en El Tiempo una columna de opinión que parece un perfomance instructivo sobre cómo manipular la realidad y las palabras para declararse “victoriosa” en cualquier debate. Sería un espectáculo aplaudible si no implicase tantas tácticas para causar cortocircuitos mentales en quien la lee. 

Indignadísima por un editorial de El Espectador que le recuerda al presidente Iván Duque que todos los expertos respetables en derecho penal creen que la cadena perpetua es inútil y una táctica populista, Hernández-Mora se declara ofendida, tilda al periódico (y a su director) de “arrogante” y escribe un texto que pretende demostrar cómo ella (y el “pueblo colombiano” al cual dice defender) tiene la razón sobre el tema. Para hacerlo, utiliza cinco tácticas deshonestas para tratar de despistar a su audiencia. Veámoslas. 

Primero: la columnista del pueblo. Hernández-Mora empieza bañando a El Espectador en adjetivos despectivos. Lo llama “arrogante” en el título y luego dice que parte de una “pretendida superioridad moral y académica”. Lo acusa de creer que quienes apoyan la cadena perpetua son una “plebe enardecida” y un pueblo “ignorante, primario, (lleno de) borregos de escaso o nulo cerebro”. Más tarde agrega que el editorial la trata a ella y a quienes piensan de la misma manera como “brutos vengativos”. Hay tantas cosas mal aquí que vamos por partes. 

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Los argumentos amañados con los que María Fernanda Cabal genera caos

Por Juan Carlos Rincón Escalante

La senadora María Fernanda Cabal es experta en argumentos cuyo propósito es causar dolor de cabeza en quien los escucha. Su última cátedra magistral sobre retórica amañada tiene como objeto desacreditar a un periodista de The New York Times (TNYT). Vale la pena estudiar de cerca sus estrategias pues son las mismas que políticos (y opinadores y fanáticos y un largo etcétera) de todas las corrientes ideológicas utilizan para generar caos y sabotear cualquier tipo de debate útil para Colombia.

El sábado pasado, Nicholas Casey publicó en TNYT un artículo diciendo que en Colombia hay militares que se sienten presionados para dar “resultados”. En otras palabras, que hay motivos para estar alerta en un país donde hace poco más de una década hubo miles de casos de personas inocentes que fueron asesinadas por miembros del Ejército y luego disfrazadas de guerrilleras para ser presentadas como “bajas en combate”.

Las interpretaciones que propone Casey en el artículo han generado muchos debates y críticas justificadas, pero de eso no se trata esta columna. (Vean este análisis de La Silla Vacía sobre el tema).

Quiero hablar de la peor respuesta posible a las denuncias de TNYT: la de María Fernanda Cabal.

En su cuenta de Twitter, la senadora sacó su antorcha y convocó a su número no despreciable de seguidores a que hicieran lo mismo. Va una lista de cosas que dijo:

1. “Empezó la propaganda Soros para desprestigiar a quienes nos protegen”.

2. “Nicholas Casey es corresponsal en Venezuela y jamás ha sido perseguido por Maduro”.

3. Casey es un “alfil comunista”.

4. Publicando una foto de Casey, escribió: “este es el «periodista» (comillas de ella) que en 2016 estuvo de gira con las Farc en la selva. ¿Cuánto le habrán pagado por este reportaje? ¿Y por el de ahora, contra el ejército de Colombia?  #CaseyEsFakeNews”.

Cabal siguió, pero todos sus argumentos dan vueltas sobre la misma idea: lo que dice Casey es falso pues se trata de un periodista comprado, aliado de las Farc y protegido por Nicolás Maduro.

El truco del engaño de la senadora es que el argumento suena persuasivo, es incendiario y, por ende, tiene bastante eco entre sus seguidores. Pero en realidad es un grito carente de lógica.

Las falacias ad-hominem consisten en ignorar lo que alguien dice y centrarse en atacar a la persona que lo dice. Están diseñadas para causar cortocircuitos mentales: quienes las escuchan pueden verse tentados a declararse convencidos porque están ante un espejismo que aparenta tener una lógica contundente.

Lo lindo es que es fácil desarmar la estrategia de Cabal haciendo un ejercicio mental:

Supongamos que en el artículo Casey haya dicho que dos más dos da cuatro.

Imaginemos, también, que lo que ha dicho la senadora sobre él es cierto y estamos ante una persona que se dejó sobornar.

El hecho de que el periodista esté comprado, ¿significa que dos más dos, entonces, no da cuatro? Por supuesto que no.

En un debate lógico, de argumentos serios, las características de la persona que dice algo no tienen nada que ver con la validez de eso que dijo. Es como si yo, en esta columna, dijera que la crítica de Cabal a Casey no tiene valor porque lo dijo una uribista que defendió el No en el plebiscito. No, esa no es la razón. Los tweets de la senadora son perversos porque no hacen más que producir cortocircuitos lógicos.

Lo curioso es que siempre —siempre— que alguien hace una denuncia, hay políticos que responden igual que Cabal. En Venezuela, la vieja confiable es decir que cualquier crítica proviene de “la oligarquía colomboestadounidense” y por ende ni siquiera hay que sentarse a mirar lo dicho. En Estados Unidos, Donald Trump exige ignorar cualquier cosapublicada por un medio que no sea Fox News porque se trata de “noticias falsas”. En Rusia, cualquier artículo que no haya sido publicado en los medios estatales esconde una conspiración para derrocar a Vladimir Putin. Y así podríamos seguir dando ejemplos hasta el infinito.

Criticar dando argumentos sólidos permite abrir conversaciones, incluso entre personas que piensan distinto. En el caso de Casey, por ejemplo, el diálogo puede girar en torno a la interpretación dada a los documentos del Ejército y al uso de fuentes anónimas. Eso es provechoso para el país y para la democracia.

Pero la senadora Cabal optó por el sectarismo: una salida fácil, políticamente rentable, engañosa y muy dañina. Parece contenta de condenarnos a peleas inútiles y mantener vivo el caos de esta patria boba.

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Juego de Tronos es un desastre por estas razones

Por Juan Carlos Rincón Escalante

La última temporada de Juego de Tronos ha estado malísima. En este videoensayo, realizado para El Espectador, exploro algunas de las razones que han causado decepción entre muchos de sus fanáticos.

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Date una década (y la esperanza radical)

Por Juan Carlos Rincón Escalante

He estado sufriendo mucho en los últimos meses. Mi mente está fuera de control y mis pensamientos son puro frenetismo ininteligible que no me permite distinguir lo que estoy sintiendo (y mucho menos el por qué).

La estoy pasando mal, pues, es lo que quiero decir.

Por eso he estado regresando mucho a la pregunta del deseo. ¿Qué es lo que quiero y cómo sé que lo que quiero en realidad es algo que quiero y no se trata de un espejismo construido para distraerme de lo que quiero profundamente?

Es una pregunta que le apunta a la ansiedad que me produce no saber si los caminos que estoy tomando son los que debería estar eligiendo, si el tiempo que gasto en un determinado esfuerzo creativo está bien invertido. ¿Debo insistir e insistir en una determinada mediocridad para ver si la logro moldear en algo que me haga sentir orgulloso? ¿Por qué esa y no otra?

No tengo, por supuesto, respuestas.

Pero me he encontrado con algunas cosas interesantes en medio de la turbulencia.

Hurgando en el blog de Austin Kleon choqué contra el consejo que da el caricaturista David Heatley: «date una década».

«Date una década», por David Heatley. Tomada del blog de Austin Kleon. El caricaturista dice que tomó prestada esa frase de su esposa.

Qué propuesta tan sencilla, irritante, aplastante y liberadora.

A esta mente enferma que le cuesta estar y comprender el presente, que está obsesionada con cada una de las fallas de mis creaciones diarias, de mi caminar, de mi apariencia, que siente que agoniza, una década le suena como un periodo de tiempo imposible, irrisorio, inexistente.

Tal vez ese es el punto.

Es verdad que mi yo actual se me antoja mucho más interesante que el yo de hace diez años.

Eso me hizo pensar en la esperanza radical. Cuando Donald Trump fue elegido presidente de Estados Unidos, Junot Díaz retomó ese concepto en un artículo para The New Yorker. Esta es una traducción de su párrafo más importante:

«Toda la lucha del mundo no nos va a servir si, al mismo tiempo, no tenemos esperanza. Lo que estoy intentando cultivar no es un optimismo ciego, sino lo que el filósofo Jonathan Lear llama esperanza radical. «Lo radical de este tipo de esperanza», escribe Lear, «es que se encuentra dirigida hacia una bondad futura que trasciende nuestra capacidad actual de entender cómo se manifestará». La esperanza radical no es algo que se tiene, sino algo que se practica; requiere que uno sea flexible, abierto y que tengamos, como dice Lear, «una excelencia imaginativa». La esperanza radical es nuestra mejor arma contra la desazón, incluso cuando la desazón está más que justificada; hace que sea posible sobrevivir al fin del mundo. Sólo la esperanza radical pudo haber imaginado que gente como nosotros existiríamos. Y creo que nos va a ayudar a crear un futuro mejor y más lleno de amor».

O, como dijo John Green en este video, «la esperanza es la respuesta correcta al arco de la historia».

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La frustración de no saber cómo ayudarte a estar mejor

Por Juan Carlos Rincón Escalante

“Lo siento”, dicen. Y es verdad. Se ve en el cansancio de su mirada, en los gestos de dolor que solo la empatía puede producir. “Dime qué puedo hacer para ayudarte”, y ahí es cuando sé que la conversación ha llegado a su fin; no hay más palabras para continuar. “Ojalá supiera”, les contesto y con eso aterriza la oscuridad. Silencio.

Esa escena se repite demasiado a menudo en mi vida. Ante una tristeza (mía) irracional, abrumadora e incapacitante, la reacción de la gente que me quiere, que me escucha y que me sufre es ofrecer su hombro para llorar, pero, en particular, sus palabras. Desean impulsarme, levantarme, ayudarme a recuperar la marcha. Se rehúsan a ver cómo me hundo. No pretenden darse por vencidos ante lo que no comprenden. Su forma de amar es con lealtad absoluta, queriendo construir las oportunidades que yo necesite para salir del estupor. Todo lo hacen, a veces, con asombrosa elocuencia, construyendo frases que tienen todas las herramientas formales para inspirarme, para que nos regodeemos en el placer estético de la buena oratoria.

Y aún así, fracasan. Siempre llegamos al momento en el que exclaman al cielo (o al infierno) que no saben qué decirme, que lo lamentan, que por favor les diga cómo me ayudan. Ojalá supiera cómo.

La melancolía que agota las palabras no es exclusiva de la depresión ni de las enfermedades mentales. Se trata de una de las experiencias humanas más comunes y frustrantes, porque nos enfrenta con nuestras limitaciones.

Aquello que no podemos nombrar no existe; somos sujetos definidos por el lenguaje. Cuando llegamos al límite, la angustia que sentimos se debe a esa intuición de que no hay nada que se pueda hacer, no hay soluciones al alcance. El silencio es el amargo recordatorio de lo frágiles que somos. Descubrimos lo que Stanley Kubrick expresó con precisión: “El hecho más terrorífico del universo no es que sea hostil, sino que es indiferente”.

La bondad del esfuerzo que hacen quienes se quedan a mi lado a escuchar el mismo laberinto sin salida de siempre es el regalo más poderoso que puedo recibir. Se trata, también, de lo único que yo puedo darles a quienes me buscan en medio del desespero porque se encuentran atascados, porque descubrieron que no hay rumbo posible más que la resistencia resignada. Muchas veces, a lo único que podemos aspirar es a recibir y dar ese “lo siento”, “dime cómo puedo ayudarte” y “está bien que no lo sepas, igual te acompaño”.

También es necesario que reconozcamos la magnitud de la frustración que produce el no saber qué hacer, el no tener las palabras para encontrar una solución. Bajar la cabeza no siempre es un acto humillante; puede, de hecho, ser una reverencia, una aceptación de que somos seres diminutos y que hay situaciones que nos superan. Pero eso no significa que estemos vencidos. Ni que estemos solos.

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Si Maduro es tan dictador, ¿por qué no ha matado a Guaidó?

La extraña crisis en Venezuela ha sacado a relucir lo mal que estamos en argumentación y lo fácil que es manipular a las personas utilizando engaños persuasivos.

Dentro del campo de quienes creen que el régimen de Nicolás Maduro no es dictatorial -y que, entonces, todo se trata de una conspiración para dar un golpe de Estado contra un gobierno democrático-, un argumento en particular me llamó la atención. En un tweet que se regó como pólvora, Florencia Lagos Neumann escribió lo siguiente:

“Dictadura es dictadura:

Pinochet era dictador;

Videla era dictador;

Somoza era dictador;

Franco era dictador…

Si en sus dictaduras hubiera aparecido un loco autoproclamándose presidente, a las dos horas era fusilado y tirado a una fosa común, ¿se entiende?”.

Lo que se entiende, si jugamos a traducir lo que Lagos deja tácito, es que Maduro no es un dictador. La prueba irrefutable: no ha matado a Juan Guaidó. A la fecha, más de 25.000 personas han dicho que les gusta esa manera de ver el asunto.

El problema es que se trata de un argumento ridículo disfrazado de profundidad y contundencia. Es una de esas construcciones retóricas, diseñadas específicamente para las redes sociales, que producen cortocircuitos mentales y son compartidas con entusiasmo, aunque se pueden desarmar con facilidad.

En síntesis, se trata de una falacia. Veamos qué tanto resiste.

La base del argumento es que las dictaduras implican que quien está al mando puede fusilar a cualquier opositor que surja. Entonces, ante la presencia de un acto de insolencia tal como el cometido por Guaidó, cualquier dictador lo hubiera mandado a tirar en una fosa común. Como Maduro no lo hizo, eso demuestra que (a) no tiene el poder para dar la orden y/o (b) es un demócrata que respeta el disenso. La dictadura venezolana es inventada.

Hay otra posibilidad: ¿no será que Maduro, pudiendo dar la orden, tiene otros incentivos para no matar a Guaidó? Por ejemplo, el hecho de que la comunidad internacional tiene los ojos puestos sobre el opositor y asesinarlo sería dar una excusa diplomática para la invasión militar que tanto vienen considerando en la Casa Blanca. Eso, sin contar la reacción de una buena porción de la población venezolana, que ha rodeado al opositor y vería el homicidio como un ataque directo. Hay mucho por perder con un acto que no tiene beneficios claros.

Incluso si descartamos lo anterior, ¿acaso las dictaduras se definen exclusivamente por los asesinatos selectivos?

Sí, Maduro no ha matado a Guaidó. Pero, por mencionar algunas cosas, desconoció la Asamblea Nacional, elegida con una votación altísima, porque no le gustaba que fuera de mayoría opositora; tiene en el Tribunal Supremo de Justicia a fichas que hacen todo lo que diga; se reeligió en elecciones plagadas de sospechas de fraude; ha sobornado con ascensos a miles de militares para garantizar la fidelidad del Ejército; no ha rechazado el actuar de los colectivos chavistas, grupos paramilitares que mataron personas en las marchas de protestas contra el régimen; y planeó una Asamblea Nacional Constituyente para que le hagan una Constitución a su imagen y semejanza.

Blanco es, gallina lo pone, frito se come…

Hay dictaduras de todos los colores y sabores. Los regímenes son inteligentes; no necesitan estar dando golpes de autoridad para saber que tienen todo el poder bajo su control. La prudencia en ciertos momentos es su aliada, más aún si tienen la intención de venderse al mundo como una democracia asediada e injustamente estigmatizada, de tal manera que las personas facilistas los comparen con los verdaderos dictadores, esos que mataban a diestra y siniestra, y concluyan que no hay nada malo en Venezuela; que la muestra viviente de un país libre es que Guaidó no ha sido asesinado. ¿Se entiende?

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Fue un año de mierda y eso está bien

Este fue el año en el que más veces me he descubierto tirado en el piso del baño, a veces llorando, la mayoría de las ocasiones catatónico, durante horas y horas.

Este también fue el año en el que salí en la portada de una revista.

A lo que voy es que la vida es una mierda muy extraña, difícil y plagada de ambivalencias irreconciliables. Se vale sentirse terrible, confundido, perdido, desesperado y desubicado.

A lo que voy, también, es que hay que mandar a la mierda esa cultura del #bendecido y #afortunado.

No se dejen hundir por tanta pose inútil; tanto espejismo. Si están sufriendo, no están solos. Aquí resistimos, lo que nos dure la resistencia.

Les deseo un 2019 interesante.

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